Ilustración botánica en la historia: ciencia y arte
“Si sabes dibujar una hoja, sabes dibujar el mundo”

Hoy os propongo hacer un brevísimo y muy
arbitrario recorrido por algunos de los artistas botánicos más famosos
de la historia y por otros que a mí me gustan especialmente.
Como adelanto en el título, el dibujo
botánico es una mezcla de ciencia y arte, y diría que más de lo primero
que de lo segundo. Así lo pienso porque son necesarias sólo unas mínimas
dotes artísticas para conseguir un esbozo o un esquema botánicamente
útil (especialmente si se cuenta con una cámara clara),
aunque sea un churro. Sin embargo, por muy buen dibujante que sea uno,
sin los conocimientos botánicos necesarios (o la supervisión del
especialista de turno), el dibujo puede ser completamente inútil al no
mostrar los caracteres diagnósticos para poder identificar la planta,
que viene a ser la finalidad de la obra. Por supuesto, del virtuosismo
del dibujante dependerá que tengamos un simple utensilio científico o
una verdadera maravilla: hay dibujos que tienen tantísima vida que
evocan a la perfección la planta original. A lo largo de la historia nos
encontramos con muchísimos botánicos célebres que, como veremos en
breve, tuvieron la capacidad de ilustrar ellos mismos sus floras, aunque
no era nada raro que se recurriese a las capacidades de un dibujante
con el que trabajar, pero cuando éste era el caso, se trataba de gente
especialmente entrenada para el dibujo botánico, y así ocurre aún en la
actualidad: los buenos dibujantes modernos en departamentos de
universidades o jardines botánicos son personas muy especializadas en
este tipo de dibujo, sean o no biólogos.
Podríais decirme que también debería
incluir el dibujo de animales aquí, y es cierto que en gran medida
comparten tanto finalidad como desafíos, pero para mí las láminas
botánicas tienen un encanto especial. En primer lugar por la combinación
natural-artificial de muchas láminas: la planta no se dibuja como si
estuviese viva, sino que sus partes a menudo se disponen de forma
especial para que los caracteres sean visibles, y a veces hay
diseccionados ciertos órganos aparte, ¡es casi como un pliego de
herbario! (de hecho muchas láminas se dibujan directamente a partir de
ellos). Además, el dibujo de plantas es más tedioso que el de animales.
Por su naturaleza fractal, al dibujar una planta hay que repetir muchas
veces una misma parte, mientras que en el caso de los animales esto no
es así, por eso conseguir dar “vida” al dibujo de una planta es un
desafío, a mi juicio, mayor. El tercer motivo de mi preferencia es por
el regustillo histórico que tiene a sabiduría práctica, ya que durante
siglos el conocimiento de las plantas era inseparable del conocimiento
médico, y aquí es donde empieza nuestra historia…
La mandrágora (Mandragora
automnalis) fue durante gran parte de la historia occidental uno de los
pocos analgésicos potentes eficaces en los que se podía confiar.
Izquierda, según un copista del “Dioscórides”, derecha, según Ferdinand
Bauer en Flora Graeca. Doce siglos separan en el tiempo ambas formas de entender la botánica.
En efecto,
desde el principio de la humanidad, el conocimiento botánico ha estado
unido a la farmacopea: durante la mayor parte de la historia las plantas
era la única fuente de medicinas y su conocimiento y control era una
valiosísima información. Si queremos remontarnos a un punto de partida
para la ilustración botánica no nos sorprenderá que acudamos a un
tratado farmacológico, y concretamente al “kilómetro cero” de toda el
conocimiento farmacéutico: De Materia Medica.
De Materia Medica (Περί ὕλης ἰατρικής) es el título del tratado del médico y botánico griego Dioscórides,
que vivió en Cilicia (actual sur de Turquía) en el siglo I d.C.
Constaba de cinco volúmenes donde se describían hasta 600 especies de
plantas medicinales, cómo reconocerlas, dónde y cuándo encontrarlas. No
se conserva ninguna copia original de este tratado, como es lógico, pero
se sabe que contenía ilustraciones de las distintas especies.
El tratado sienta las bases de la
farmacopea europea y mediterránea y fue copiado generación tras
generación y traducido al latín o al árabe. Por eso es difícil saber
cómo eran las ilustraciones originales, ya que de los ejemplares que se
conservan hoy se deduce que en las sucesivas copias y traducciones la
calidad de los dibujos a menudo fue perdiéndose o deformándose,
dependiendo de las habilidades del copista, si bien se aprecia que en
muchos casos volvieron a hacerse dibujos a partir de muestras naturales.
El ejemplar más antiguo que se conserva data del siglo VI y se conoce
como Codex Vindobonensis 93,
o simplemente “el Dioscórides de Viena”. Está en griego con anotaciones
en árabe, y se cree que muchas de las ilustraciones son bastante fieles
a los textos antiguos. Si bien muchas son abstractas o con demasiados
elementos “mágicos”, en otras se puede apreciar el ojo botánico del
dibujante y la planta en cuestión es perfectamente identificable, si
bien es evidente que estamos en una era pre-científica.
Cannabis sativa
en el Codex Vindobonensis 93. Las capacidades del artista son
innegables, pero hay algunos errores manifiestos (esta especie muestra
una filotaxis alterna y en este dibujo es opuesta).
Muchos de las limitaciones de estos
dibujos se debían a las limitaciones técnicas del arte de la época. Los
artistas del renacimiento revolucionaron las técnicas pictóricas y eso
también tendrá consecuencias en la ilustración de las plantas. Es aquí
cuando encontraremos pintores que son capaces de dibujar las plantas con
notable maestría, como Leonardo o Durero. Un pintor que a lo mejor no es tan bueno pero que tenía mucho ojo naturalista es el Bosco; en El jardín de las delicias, por ejemplo, aparecen muchas especies de aves fácilmente reconocibles, así como alguna de plantas.
Izquierda: unos humildes yerbajos
vistos por Durero. Derecha: detalle del jardín de las delicias. No es
difícil identificar el árbol con un estupendo drago canario (Dracaena draco)
La siguiente gran revolución para la
ilustración botánica es, obviamente, la imprenta. Al no tener que copiar
manualmente los textos de los tratados farmacéuticos se plantea la
posibilidad de que tampoco las ilustraciones tengan que repetirse
manualmente, sino que de un único dibujo correctamente ejecutado puedan
imprimirse tantas copias como sea necesario mediante técnicas de grabado.
Una vez tenemos la imprenta y las
técnicas modernas de dibujo, se abre el camino de las láminas botánicas
que tanto nos impresionan. La verdadera eclosión del dibujo vegetal tuvo
lugar en Eichstätt (Bavaria), donde en el siglo XVII vivió un obispo y entusiasta botánico al cuidado de uno de los jardines más ricos que había en el mundo en ese momento. Este señor encargó a Basilius Besler la tarea de catalogar toda esa riqueza vegetal, y así nació Hortus Eystettensis,
la colosal obra que reúne más de 1000 especies de plantas medicinales o
comestibles que habitaron alguna vez en dicho jardín, ordenados según
las estaciones del año en las que florecían. Aunque Besler fue el
encargado de la supervisión del proyecto, hubo muchos artistas
implicados que hacían bocetos de las plantas vivas (detalle muy
importante) para después convertirlos en dibujos que se grababan en
planchas de cobre para imprimir en blanco y negro (y colorearse
después). La mayoría de los artistas implicados nos son desconocidos,
sólo trascendió el de un tal Sebastian Schedel, todo un virtuoso.
Unos ejemplos de las ilustraciones del Hortus Eystettensis. Aviso para bibliófilos: Taschen tiene una edición de las láminas por 20 eurillos.
Las láminas del Hortus Eystettensis
fueron la fundación de esta disciplina científico-artística. La mayoría
de las plantas se muestran con el detalle suficiente para ser
identificadas y el enfoque es muy moderno, aunque aún había un largo
camino por recorrer. Sin duda lo que piden a gritos a estas láminas es
un conocimiento más riguroso de anatomía y morfología vegetal, vamos,
que hacía falta un Linneo como el comer.
Con la botánica linneana y el
conocimiento cada vez mayor de la flora del resto de los continentes, la
necesidad de contar con dibujos precisos y útiles de plantas adquirió
su magnitud definitiva. Comienza la edad de oro de la botánica y de sus
ilustradores con cientos de plantas exóticas descubriéndose a cada
momento: era necesario describirlas, clasificarlas, caracterizarlas y
descubrir sus posibles propiedades medicinales. Los exploradores
recorriendo todos los rincones del mundo enviaban especímenes a jardines
botánicos y universidades donde una verdadera explosión de retratistas
vegetales se encargó de inmortalizar este fértil periodo de la ciencia.
Al propio Linneo no se le daba especialmente bien el dibujo, pero tuvo la suerte de poder contar con artistas excelentes, como Georg Dyonysius Ehret,
botánico y entomólogo alemán con un talento fuera de serie para el
dibujo. Ehret no sólo colaboró con Linneo para imágenes tan clásicas
como el sistema de clasificación sexual de las flores, sino que ilustró miles de láminas de floras de todo el mundo.
Unas muestras del arte de Ehret (Plantae selectae), podéis disfrutarlas aquí
Las ilustraciones de Ehret muestran todo
tipo de caracteres diagnósticos necesarios, detalles de las partes de la
anatomía y a la vez siguen siendo muy realistas porque es capaz de que
su dibujo desprenda la vida que sólo un artista es capaz de darle.
En el mundo hispanohablante también hubo muy buenos dibujantes de plantas. Tomemos por ejemplo a Antonio José de Cavanilles,
botánico valenciano. Posiblemente no fuese tan buen dibujante como
otros, pero eso de poder ser uno mismo el que ilustra sus propias obras
da mucho caché.
Una Biscutella ilustrada por Cavanilles. Sus láminas normalmente se quedaban en blanco y negro. Illustrationes et descriptiones plantarum
Pero si tuviésemos que destacar una labor de ilustración hispana de entre todas sin duda tendríamos que hacer mención a José Celestino Mutis.
Este verdadero fenómeno, todo un ilustrado, nació en Cádiz y vivió gran
parte de su vida en América donde desarrolló su trabajo no sólo como
botánico sino también como matemático o lingüista. Muchos lo recordaréis
porque su imagen aparecía en los últimos billetes de 2000 pesetas. Pues bien, Mutis encabezó la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada,
una colosal empresa promocionada por Carlos III con distintos objetivos
científicos entre los que era de vital importancia la descripción de la
vastísima y muy desconocida flora del virreinato de Nueva Granada, que
se corresponde con las actuales Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador.
La importancia de esta iniciativa para el conocimiento botánico de
América central y del sur es inmensa. Duró 33 años y se describieron más
de 20.000 plantas, que se dice pronto.
Lógicamente una empresa como esta
necesitaba contar con ilustradores, y aunque el propio Mutis no se
encargó de ilustrar toda esta flora, formó a una treintena de verdaderos
artistas de la botánica que supieron conjugar arte y ciencia en
auténticas maravillas de la ilustración botánica: 6.600 láminas de
plantas, de las cuales más de 3.000 son en color suponen la guinda del
pastel a la obra de la vida de Mutis. Ninguna otra expedición botánica
de la historia contó nunca con un taller tan activo y poblado dedicado
en exclusiva a labores de ilustración. Para que os hagáis una idea de la
magnitud de esta flora, Colombia sigue aún publicándola.
Algunos ejemplos de las ilustraciones
de la Flora del Nuevo Reino de Granada. Como son obra de muy diversos
artistas, no hay un estilo homogéneo, pero detrás de todas ellas reside
la intención de formar parte de una obra muy ambiciosa en la que no se
escatimó en minuciosidad (enlace recomendado)
La lámina más famosa de esta flora es la de una planta trepadora de la familia de las compuestas a la que Linneo hijo puso el nombre de Mutisia como tributo a una vida dedicada a la botánica.
La famosa lámina de la Mutisia
que debió ser el orgullo del propio Mutis. Los tallos de esta trepadora
escriben las iniciales del genial botánico gaditano: J C M
Continuando con la ingente labor que
supuso (y supone) ilustrar las maravillas de la flora americana,
especialmente en el trópico, no se nos puede olvidar mencionar los
dibujos de Nikolaus Joseph von Jacquin,
médico y botánico holandés que desarrolló gran parte de su actividad en
Viena. Contemporáneo de Mutis, visitó en varias expediciones el área
del Caribe e inmortalizó muchas de sus plantas en unas láminas
impresionantes.
Zamia angustifolia y Haemanthus sanguineus ilustradas por Jacquin
Como podéis ver, la maestría de estos
verdaderos artistas no deja de lado la utilidad técnica de los dibujos,
con los que cada vez resulta más y más fácil identificar una especie de
planta por la calidad de los detalles.
Por si acaso dudábamos que las aptitudes
para el dibujo pueden ser al menos en parte hereditarias, dos de los
mejores ilustradores botánicos eran hermanos. No es que fuesen buenos,
es que para muchos aficionados al tema han sido simplemente
insuperables.
Aunque nacidos en Austria, ambos hermanos acabaron desarrollando su faceta artística en Inglaterra. Franz Bauer,
por ejemplo, acabó trabajando en el jardín botánico de Kew donde
ilustró obras impresionantes sobre orquídeas y helechos y dio lecciones
de dibujo científico a miembors de la realeza británica.
Detalles del helecho Woorwardia radicans, por Franz Bauer
Para mí, sin embargo, su hermano era aún mejor: Ferdinand Bauer tiene además una biografía llena de peripecias viajeras. Formó parte de la expedición de John Sibthorp
al oriente del Mediterráneo, cuyo propósito era precisamente explorar
científicamente el área donde crecían las verdaderas plantas del
Dioscórides, que bajo el Imperio Otomano seguía manteniendo muchísimas
lagunas botánicas. La obra que resultó de esta expedición, la
celebérrima Flora Graeca,
tiene tantas anécdotas que la dejaremos para un próximo post, de
momento avancemos que sus 1500 ilustraciones fueron obra de Ferdinand
Bauer y para mucha gente rozan la perfección de la disciplina que nos
ocupa. Años más tarde viajaría en otra expedición a Australia donde
continuaría su labor.
Ilustraciones de Ferdinand Bauer para Flora Graeca: Arbutus unedo, Arum dracunculus, Centaurea acicularis y Cistus cretica
Lo mismo alguno echa de menos que no haya hablado aún de Ernst Haeckel, el biólogo alemán del siglo XIX por el que siento especial predilección, incluyendo sus famosos dibujos,
de los que procede la imagen corporativa de esta santa casa. Lo
mencionaré porque me gusta especialmente, pero como ya he dicho otras
veces, Haeckel era en muchos aspectos un señor con mucha imaginación
entusiasmado por las formas de los organismos y sus simetrías. Sus
dibujos son ciertamente muy bonitos pero están demasiado idealizadas y
pierden realismo. Aunque sentía inclinación por los animales y los
organismos unicelulares o microscópicos, también ilustró plantas:
Láminas dedicadas a las plantas en “Kunstformen der Natur” de Ernst Haeckel. Trampas de plantas insectívoras de la familia Nepenthaceae, flores de orquídeas, e ilustraciones de hepáticas y musgos
Después de este recorrido por las floras
de lugares más o menos exóticos o de jardines botánicos de fuera de
nuestras fronteras me gustaría plantear la pregunta de dónde podemos
encontrar buenas ilustraciones históricas de la flora ibérica. Ya hemos
mencionado a Cavanilles, pero si tuviese que destacar al que considero
el mejor retratista de nuestras plantas creo que el que se merece una
mención especial es el alemán Heinrich Moritz Willkomm,
otro personaje frecuentemente citado de el bloj, que ostenta aún el
mérito de ser el único autor que ha conseguido completar una flora de la
península ibérica (el proyecto actual aún está por terminarse). Willkomm no sólo fue el autor de la “Flora Hispanica“, sino que también ilustró con muchísimo talento algunas de nuestras plantas más idiosincrásicas. Juzgad vosotros mismos.
Algunas de las maravillosas ilustraciones de Willkomm (Illustrationes florae Hispaniae insularumque Balearium)
Por supuesto podríamos seguir hablando de
otros muchos ilustradores. De hecho a lo largo del siglo XX y lo que
llevamos de XXI, la producción de floras de todo el mundo sigue
incrementándose y en la mayoría de los casos se cuenta con el trabajo de
ilustradores muy competentes, pero la belleza y el cuidado de los
dibujos de los siglos XVII a XIX ha dejado marca para siempre. No quiero
decir que los dibujantes modernos no sean buenos, al contrario, muchos
museos, universidades
y jardines botánicos cuentan incluso con una escuela o departamento
dedicados a una labor tan especializada, y valorada entre los botánicos y
zoólogos.
Viola willkommii, una violeta dedicada a Willkomm por De Roemer, ilustrada por el propio Willkomm y por un dibujante actual para Flora Iberica
Y acabamos con otra cita, esta vez de Stephen Jay Gould:
A los estudiantes se les entrena para analizar palabras, pero los primates son animales visuales, y las claves para los conceptos y su historia a menudo recaen en la iconografía. Las ilustraciones científicas no son adornos o esquemas; son el foco de los modos de pensamiento.
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